17.11.17

Siete años no son nada: Historias de Couchsurfers, desde Belem en Brasil hasta Oaxaca en México.



Hace siete años recorría el Río Amazonas desde Perú hasta el Atlántico. Fue un viaje largo, de unas cuatro semanas que he documentado en otros posts, pero a lo que quiero referirme hoy es que en el último trayecto, en el que terminaría en Belem -y con él la travesía del río más largo del mundo- conocí a Leo, un ajedrecista alemán que me salvó prácticamente la vida... o al menos me libró de un enorme susto. La historia es más o menos así:



¿Belem peligroso? Sugerencias del hotel
Llegando a Belem me di cuenta que el barco atracaba en un muelle en una parte perdida y oscura de la ciudad. Rápidamente descendieron los viajeros y fueron recogidos por sus familias. Entre los pocos de a pie que quedábamos estaba un chico rubio, alto, delgado, con su maleta de mochilero. Yo, entonces estudiante de doctorado y también mochilero con una boda en Natal en la agenda, me sentí totalmente perdido, pues no tenía hospedaje y jamás me figuré que podría llegar a un sitio tan solitario y oscuro. Caminar por la zona de muelles a las diez u once me parecía casi un suicidio. 

Me acerqué al chico y le pregunté cómo haría para ir a su lugar de hospedaje (si es que lo tenía). Después de tres minutos de breve charla me dijo que era couchsurfer y que vendría a buscarlo su host. Le comenté que yo también estaba inscrito en Couchsurfing -casualmente un par de meses antes- y le pregunté si podrían hacer algo por mí, como sugerirme un lugar para dormir o al menos llevarme a un sitio más céntrico y poblado. Sugirió esperar hasta que llegara França y le preguntaríamos.

França, Leo, yo
Para mi suerte, el host accedió a llevarme al centro y se puso en contacto con un amigo que le sugirió un hostal. Las noches de Belem, como muchas de Brasil, suelen ser intranquilas y en ocasiones peligrosas: indigencia, falta de illuminación, cachaça, pobreza y desigualdad son un perfecto caldo de cultivo para los dueños de la oscuridad. Para mi suerte, recalé en un lugar más o menos decente y dormí tranquilo. Además había hecho un nuevo amigo.

El día siguiente y el posterior a él nos acompañamos a visitar la ciudad. Quiso la suerte que Leo tuviera en su maleta un tablero con las famosas 32 piezas negras y blancas, el maestro ajedrez. Jugamos cuatro o cinco partidas, de las cuales gané una o dos. Él era muy bueno y seguro contrincante. A sus 19 años ya había vivido uno en Brasil y el viaje estaba en su radar de vida. Visitamos la ciudad, nuestros campos de batalla fueron el museo parense -Emilio Goeldi-, la ciudad vieja, el mercado, la casa Das Once Janelas y la banca de algún parque. Luego de dos días yo partí a Natal y él a otro lado. Adiós, hasta nunca, tal vez. 

Partida 2010

Nos escribimos dos o tres ocasiones: 2014, 2016. Hace unos meses me dijo que estaba haciendo un viaje por América Latina de casi dos años y que era posible que viniera a México. 

-Ven a Oaxaca, por supuesto, you're very welcome at my place! - Le dije. 
-I'll try to go. I'd love to play Chess again, Sam. -Respondió. 

Y así fue. Hace cuatro días llegó a Oaxaca en una camioneta desde San José del Pacífico, después de haber probado algunos hongos y tras meses por el mundo. Me encantan los viajeros que prueban eso que nosotros en nuestra mojigatería nunca nos atrevemos a hacer. Respeto a los que viajan ligeros, con mochila en la espalda y sin rueditas; que comen lo que encuentran y mantienen el espíritu de aventura. 

Partida 2017, con foto 2010 en pantalla
Esta vez el escenario de las batallas fue la casa: el comedor y la mesa del jardín. Recordamos los viejos tiempos y hablamos mucho de ajedrez: él es un fan que en lugar de mirar Facebook juega Chess (no recuerdo el nombre de la aplicación) y mantiene su mente ocupada. "El ajedrez es el juego de los reyes"-insistió. "Es lo que permite anticipar pasos, lo que hace que la mente se mantenga activa, es pura estrategia". Lástima que solo algunos tengan la paciencia y el interés: el mochilero común solo juega a las cartas.

¿Qué pasó siete años después? Es el mismo Leo, pero más maduro, con una barba larga, una carrera a cuestas y experiencia de trabajo en la planta de Mercedes Benz donde se producen todos los motores de todos los camiones del mundo: "Cada vez que veo un vehículo de esos, me digo que ese motor salió de Mannheim, del mismo lugar donde conviví, charlé y conocí a unos obreros muy particulares, que hacen carnes asadas en la azotea de la planta en el verano y toman café por litros cuando terminan su turno: solo detallan unos veinte motores al día, el resto del tiempo están ahí, esperando que llegue la hora de salida". Los privilegios de la exactitud del primer mundo. 

De nuevo repetimos una tanda de cinco juegos y perdí 3. Ahora tiene un sitio que se llama Leo Dreams, donde captura sueños de sus host, de amigos, de entrevistados y los pone en video para que los conozcas (visítalo, verás mucho mundo). No, no vino a visitar Oaxaca realmente, sino a ver a un viejo amigo, que más que amigo, es hermano.... y colega del juego más fino del planeta.

Hablamos mucho, cocinamos juntos, recordamos el valor de la amistad, de los sueños, de los viajes, del pasado, y del futuro. Solo fueron siete años sin vernos, pero conectamos de nuevo desde el primer instante: me contó sus planes, le dije acerca de los míos y hablamos de mujeres, de amores pasados y presentes ("That girl", una chica innombrable, fue parte continua de la conversa). La amistad es así, y el mundo globalizado también: en nuestro presente uno se va solo momentáneamente, pues siempre existe la posibilidad de volverse a encontrar. 

Eso es viajar, eso es la amistad. eso también es Couchsurfing, a pesar de que en su crecimiento pierde un poco del toque único, pero esas son las historias del mundo.  Hasta la próxima, compadre. ¿En Alemania o en la ruta entre Praga y Shanghai?

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